martes, 8 de enero de 2013

La máquina que no dio la lata: Tin Machine


Que David Bowie es una pieza fundamental en la música del último medio siglo es algo que todo el mundo sabe, aunque muchos no sepan ni porqué. Sin embargo y, siempre en mi opinión personal, uno de sus proyectos que más me han gustado es precisamente uno de los más efímeros y malogrados de cuantos ha consumado en su dilatada carrera. Estoy hablando de una insólita banda de rock llamada TIN MACHINE,  que vio la luz en 1988 y que solo duró cuatro años. He dicho insólita, pero también podría decir brillante, genial, independiente, elegante, original, incomprendida, y lo más importante: cañera, muy cañera. En definitiva, una genial rareza de gusto exquisito destinada a convertirse en grupo de culto. Y esta es la historia de cómo les conocí. 

A principios de los noventa, Telecinco – Tu pantalla amiga – solía emitir los fines de semana y de madrugada conciertos de música pop y rock, a veces realmente interesantes. En una de esas, mi hermano se enteró que pondrían un concierto de Tin Machine, por lo que lo grabó en vídeo sin dudarlo. Al día siguiente me mostró el concierto de este grupo, que yo, en plena preadolescencia, aún no conocía. Me dejó absolutamente fascinado. Aquel concierto, realizado en Hamburgo en 1991, sigue siendo uno de los mejores que he visto en mi vida.  De hecho, si este grupo me fascina tanto es por su espectacular directo y no tanto por sus discos de estudio, cuyo irregular éxito acabó con el grupo.

Definir su estilo me resulta muy complicado. Soft rock, hard rock, power pop, funk, rock progresivo, glam rock... Por un lado, salvajes solos de guitarra, y por otro, guitarras rítmicas sobrecargadas de chorus, muy al estilo de los ochenta. En todo caso, uno puede apreciar en ellos una fusión de estilos de otros grupos de la época tan dispares como The Godfathers, Talking Heads, Faith No More, Jane's Adiction, Roxy Music o los Pixies. Si a eso le sumamos el hecho de que el líder del grupo sea el camaleónico de Bowie, para qué quieres más. Supongo que cada uno tendrá su concepto de lo que es cool, pero para mi Tin Machine están entre las bandas de rock más cool que he oído.

Una de las cosas que más me llamó la atención en aquel concierto fue que no se trataba del típico grupo en el que todo giraba en torno a una gran superestrella. Al contrario, en esta ocasión el Duque Blanco era tan solo uno más en el escenario, no restaba un ápice de protagonismo al resto de músicos que, cargados de carisma y actitud, tocaban de forma salvaje e implacable.

Entre estos músicos – muy amantes de los excesos – destacaban principalmente el guitarra solista y el batería. El primero era Reeves Gabrels, un auténtico virtuoso de las 6 cuerdas, pero desconocido hasta entonces, de aspecto algo viejuno y también de estar un tanto chiflado. El baterista era Hunt Sales, otro músico espectacular y con un estilo muy peculiar. Un batería que demostraba también sus magníficas dotes de cantante solista haciendo la voz principal en uno de los temas, y dejando así en un segundo plano al mismísimo Bowie. ¡Y encima en calzoncillos! Eso es actitud, chaval. También nos quedamos perplejos viendo cómo el tío se había colocado la caja, inclinándola hacia adelante, a diferencia del resto de bateristas del mundo, que se la colocan inclinada hacia ellos mismos o totalmente horizontal, pero nunca hacia delante.

Afortunadamente, he encontrado en Youtube muchos fragmentos de este concierto. He seleccionado dos de ellos, imprescindibles.

Este primer vídeo es de uno de sus temas más movidos y uno de sus mayores éxitos, Under the God. Un auténtico cañonazo, y si no, juzguen ustedes.


Este segundo video es del tema del que hablaba antes, Stateside, en el que canta el batería. Se trata de una especie de blues-rock bestial, una montaña rusa con unos cambios de ritmo e intensidad portentosos. Fijaos también en cómo tiene colocada la caja. Insólito.


Caprichos del destino, he venido a publicar esta entrada el día del cumpleaños de Bowie. Si lo hago a caso hecho no me sale. Bueno, como sé que me lees, Happy Birthday, my friend!       

lunes, 24 de diciembre de 2012

Los Marañones: Historias sin Principio ni Final



Los Marañones acaban de estrenar disco y, aunque está a la venta en tiendas, lo mejor es que lo han subido a bandcamp para escucharlo gratuitamente y poder valorarlo antes de comprarlo. Y desde el principio tuve muy claro que se trataba de un disco que merecía la pena tener entre las manos. 

Con Historias sin Principio ni Final, Los Marañones vuelven a hacer, ante todo, un disco lleno de grandes canciones, algo que pude apreciar ya desde su primera escucha. Y es que no deja de sorprenderme que, después de tantos años y tantos discos a sus espaldas –veinticinco y doce respectivamente–, siguen maquinando esas originales canciones, preciosistas y pegadizas, como sólo muy pocos saben hacer.  

Sin perder su inconfundible sonido y estilo, esta vez se han lanzado con un disco que, en cierto modo, rompe con la línea de sus últimos trabajos. No se trata en absoluto de un brusco cambio de rumbo, sino más bien de una ligera corrección del mismo, pues rescata los mejores aspectos de su anterior LP, Tipos Raros, a la vez que se abandonan los experimentos y las trivialidades, en música y letra, de otras veces, para afrontar en esta ocasión un trabajo que transmite honestidad y madurez a raudales, gracias a una música directa y sincera. Abundan las guitarras acústicas y encontramos un mayor número de destellos country que de costumbre, pero no sólo en cuanto a guitarras se refiere.

De hecho y, vocalmente hablando, es posible que estemos ante el mejor disco de Los Marañones. Miguel Bañón, además de haber realizado un magnífico trabajo con las guitarras, ha afrontado una encomiable labor ante los micros. No sólo vuelve con las dulces y sinuosas melodías a las que nos tiene acostumbrados, sino que sorprende con un trabajo coral con el que logra unas cálidas armonías que, por momentos, recuerdan a figuras míticas del country de los años 50 como Mary Ford o Jane Turzy, e incluso a Jeff Buckley en su faceta más soul. Y todo ello sin sobrecargar ni abusar, en su justa medida y en el momento preciso, contribuyendo a la honestidad que todo el disco transmite en su conjunto y dejando claro que no se trata de demostrar nada, sino simplemente de hacer buenas y emotivas canciones.

Como es habitual en casi todos sus discos, tampoco faltan aquí unos cuantos temas a medio tiempo, de corte intimista y especialmente cargados de melancolía y emoción, a la altura de su ya mítico Cruzando las Galaxias, todo un himno que incluso ha dado lugar a la creación de un musical.


En conclusión, un disco de rock and roll que quiere volver a las raíces, no sólo del rock, sino del propio grupo, dejándose notar aquí cómo su extensa y prolífica trayectoria ha representado una influencia para ellos mismos. Además, han prescindido de los habituales arreglos de viento –exceptuando la armónica de Miguel–, así como de las también frecuentes colaboraciones externas. De esta forma nos presentan un disco más purista y sencillo –sólo en apariencia– fruto de la experiencia y la madurez de casi tres décadas, en el que ejecutan de forma magistral un rock con aires de country folk americano y pinceladas de blues, jazz, soul, swing, ragtime, psicodelia e incluso gospel, y en todo caso, mucho, mucho "feeling".

Y como pequeña muestra de este "feeling", enlazo además el tercer corte del disco, Otro verano lento, cuyo comienzo bien podría valer como "ringtone" y que un servidor no se ha podido resistir a ponérselo ya en el móvil.